lunes, febrero 9

Ramblings.

Hace demasiado tiempo que no circulo por acá, y por cosas de la vida ando necesitando despejar un poco mi cabeza, sacar algunas cosas de mi sistema, y considerando que tal vez ver mis pensamientos plasmados en palabras me facilita el trabajo de procesar las cosas, de olvidar un poco tal vez, me arrastré hasta este blog abandonado con la idea de dejar todas esas cosas acá.
Dejar ir, soltar. Exactamente eso que quiero hacer con mis pensamientos es lo que debería hacer con mis sentimientos, pero me resulta bastante más difícil. Estos últimos cuatro años -no puedo creer que haya pasado tanto tiempo- fueron, y son, una locura. Años enteros de ansiedades; de miedo al miedo mismo, a no poder soportar la velocidad a la que mis pensamientos van; de alejarme de todo y de todos; de perder poco a poco cada uno de los lugares y las personas que eran mi hogar; de perderme a mi misma y a esa persona que algún día soñé que quería ser. Supongo que el haber perdido todas esas cosas, todas pérdidas de las que no culpo a nadie más que a mí misma y mi maldita angustia/ansiedad, hace que me cueste tanto el siquiera considerar perder una de las pocas cosas que me quedan, mi casa. Y ni siquiera me refiero al "edificio" mismo, a ese montón de paredes y ventanas que conforman el lugar físico donde viví diecinueve de mis veinte años, ni a las personas que viven conmigo, que sé que lo van a seguir haciendo, es más allá de eso, más profundo, es perder ese Ramos Mejía que amo, que es lo único que nunca falla en hacerme sentir mejor, cuando recorro sus calles con mis auriculares puestos en busca de un refugio de mi misma. Es esa ciudad llena de recuerdos de situaciones que no sé si alguna vez en mi vida voy a volver a pasar, sentimientos que no sé si volveré a sentir, miles de cosas que no quiero olvidar. Ramos en este momento es la única prueba que tengo para recordarme que no siempre fui lo que soy ahora, que había algo distinto, que hay una "yo" real, es el lugar donde me crié, que marca parte de quién soy.
Siempre creí que si algún día me iba de este lugar era porque me mudaba a Tandil o a otro país, nunca existió otra opción para mí. Y la simple idea de tener que irme y encerrarme, alambrada, por culpa del miedo que otros sienten me exaspera, me dan ganas de salir corriendo y gritando, la impotencia de no tener ni voz ni voto en esta cuestión es insoportable. 
Ya no sé si lo que me da más bronca e impotencia de irme de Ramos es que sería hacerlo a un lugar basado en una filosofía que no comparto, es perder todas esas rutinas con las que me siento cómoda -y bien sabido es cuanto odio los cambios cuando ya tengo un orden establecido- o es el simple hecho de no poder hacer las cosas como yo quiero, el hecho de que alguien tome decisiones por mí cuando yo no le pedí que lo hicieran. Entiendo el por qué de querer irse, pero el amor por este lugar supera para mí cualquier otro sentimiento, y me cuesta comprender que alguien esté tan poco apegado a su hogar. Será que soy una pendeja melodramática que todavía no aprendió a comportarse como un adulto, será que siempre tendré esta visión de quinceañera que vé todo blanco o negro, no lo sé. La cosa es que de acá no me quiero ir, y menos quiero que la gente me diga qué tengo que hacer y cómo hacerlo, siempre fue así, y no veo la posibilidad de cambio.
   M.

No hay comentarios.: